Dice así: «El matrimonio tendrá los mismos requisitos y efectos cuando ambos contrayentes sean del mismo sexo o de diferente sexo».
La aprobación de la ley no ha logrado aún la aceptación total del colectivo LGBT. Cada vez más gente se atreve a denunciar delitos contra la orientación sexual
Estas 19 palabras dieron un vuelco al Código Civil y colocaron a España entre los países más progresistas en la defensa de los derechos de gais y lesbianas. Tras meses de agrio debate, el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero daba vía libre al matrimonio gay, aunque empezaba un camino igual de tortuoso: una democracia relativamente joven debía aceptar que homosexuales y heterosexuales tuvieran los mismos derechos. Han pasado 10 años y el debate político no ha vuelto a abrirse a pesar de que el PP presentó un recurso en el Tribunal Constitucional que no prosperó. Desde el 30 de junio del 2005, cuando entró en vigor la norma, se han casado 30.000 parejas formadas por personas del mismo sexo, sin problemas, con iguales garantías, con la misma ilusión que el resto. ¿Con la misma bendición social?
Los primeros meses fueron los de la visibilidad. Famosos de distintos ámbitos se apresuraron a ejercer un derecho que llevaban años reclamando y animaron a los más anónimos a dar un paso que las leyes les tenían vetado hasta entonces. Besos en la entrada del juzgado, del ayuntamiento. En el 2006 se batió el récord hasta hoy: 4.313 bodas de gais y lesbianas, aunque de manera muy desigual, 3.000 de hombres y 1.313 de mujeres. El presidente fue incluso portada de la revista Zero, donde afirmó que la aprobación en el Congreso «pasará a la historia como el día en que lesbianas y gais alcanzaron la igualdad formal».
UN SÍMBOLO
Lo de «formal» no fue para nada gratuito ni fortuito. Zapatero era consciente de que este era un avance más legislativo que social, aunque asegurara que España, al convertirse en el tercer país en aprobar el matrimonio homosexual, pasaba a ser un «símbolo de paz, derechos humanos y tolerancia». Fue Pedro Zerolo, dirigente socialista y destacado activista del colectivo LGTB, fallecido víctima de un cáncer el pasado 9 de junio, quien convenció al jefe del Ejecutivo de la necesidad de permitir que las personas del mismo sexo pudieran casarse con todas las de la ley. «Fue un día de emociones encontradas, por un lado estaba la emoción de vivir algo histórico, y por el otro, la pena por todos aquellos que no lo pudieron vivir porque pagaron con sus vidas ser gais, lesbianas o transexuales», explicaba al diario El País en el mes de abril.
José Ignacio Pichardo, profesor de Antropología Social de la Universidad Complutense de Madrid, pone sobre la mesa el supuesto carácter laico de la sociedad española. Sostiene que el peso de la Iglesia «sigue siendo considerable», pero en asuntos que tienen que ver con los derechos de los homosexuales, se ha demostrado que los ciudadanos no comulgan con la inquebrantable postura del clero. «La mayor parte de la gente se considera católica, pero en estos temas queda probado que estamos en un país moderno».
CATÓLICOS ‘PROGRES’
Así lo demuestran las encuestas. Univisión preguntó a finales del 2013 a 12.000 católicos de 12 países de todo el planeta, y España resultó de largo ser el más tolerante: el 64% se mostraron a favor de las bodas gais, por un 27% de católicos que la rechazaron. Contrasta con el pensamiento de la vecina Francia, con un 51% en contra y un 43% a favor, o con Italia, con un 66% de creyentes que toleran la unión de personas del mismo sexo por solo un 30% que la aceptan. Esto no significa, señala Pichardo, que la homofobia haya dejado de existir. Él mismo fue agredido cuando paseaba con su compañero por Madrid a finales del 2006. Un botellazo en la cabeza que le causó heridas de consideración. «Sucede -señala- que mucha gente que pasa por un hecho así no hace notar el carácter homófobo del ataque, aunque es cierto que la gente cada vez se atreve más a denunciar delitos motivados por la orientación sexual». En este sentido, este profesor universitario lanza una reflexión: «No se ha sancionado a ningún equipo de fútbol por insultos homófobos cuando miles de personas han llamado maricón a un deportista en un estadio».
Las bodas entre personas del mismo sexo han sido también un alivio para las parejas con hijos que habían tenido que registrar al pequeño con los apellidos de uno de los dos. Explica la abogada Montserrat Tur, que a través de su despacho ha llevado muchos divorcios de parejas homosexuales, que antes se producían rupturas «muy salvajes porque uno de los dos quedaba apartado de las criaturas». Ahora es un proceso como el de cualquier pareja hetero, «las mismas infidelidades, sensaciones de traición». «El comportamiento no es distinto, eso es algo que puedo afirmar con rotundidad», dice.
Otro cantar son los jueces que deben dictar sentencia sobre estos divorcios y para los que Tur receta «formación de carácter psicológico». La ley es la misma; las parejas, no.
CARLOS MÁRQUEZ DANIEL / BARCELONA